ORÍGENES CURIOSOS

Ella nos contará la importancia de la signatura como muestra de autenticidad y compromiso. Tal es el caso de la simbólica ceremonia de la Manufirmatio que se daba en la antigua Roma.

Tras la lectura del pergamino utilizado para la elaboración del documento en cuestión por parte del funcionario o autor, éste se extendía sobre la mesa del escribano para que los presentes pasasen la mano por encima en acto solemne de aceptación y juramento. Con posterioridad plasmaban nombre, signo, o una o tres cruces tanto autor como los testigos presentes a modo identificativo.

El sistema jurídico visigodo centró la atención en la confirmación del documento a través de testigos que lo tocaban (chartam tangere), firmaban o suscribían (firmatio, roboratio,stipulatio).

Durante el reinado del Visigodo Eurico (420-484) se determina necesaria la formalización documental a través de la regularización de subscripciones, signos y comprobación de escritura. Porque la falta de firma y signo del firmante provocaría la inoperabilidad del mismo, pues para que el documento fuera veraz debería de completarse con el juramento de los testigos.

Concretamente la «subscriptio» representaba nombre y fecha del signante, dando valor probatorio al documento, mientras que el «signum» era un rasgo que la sustituía en el caso de que no supiera o no pudiera escribir, proceso que debía de perfeccionarse mediante el juramento de un testigo que asegurara su veracidad.

Centrándonos en la rúbrica conviene subrayar que probablemente su etimología provenga del latín rubrum rojo). Su uso proviene de la edad media, época en la que se daba fe de autenticidad y oficialidad de un documento mediante las palabras scipsit firmavit reconogvit escritas en rojo en la parte inferior del mismo, tras elaborar el manuscrito y poner nombre y apellido.

Con el tiempo esas palabras dejaron de ser legibles para convertirse en trazos enmarañados, de modo, que el pueblo llano desconocedor de su verdadero significado, adoptó está forma como signo de distinción.

En la edad media también se comenzaron a utilizar los sellos, aunque con anterioridad a los mismos se emplearon signos que constaban de una cruz a la que se añadían letras y trazos entrelazados. Fueron impuestos por la totalidad de escribanos o por federatarios.

De manera paulatina la nobleza dejó de firmar sus documentos para sellarlos, debido a que apenas se sabía escribir.